You know you drive me wild |
Incliné la cabeza hacia arriba, encontrándome con sus ojos.
Le hacía ver que se equivocaba, señalándoselo con suficiencia.
Nos miramos largamente, esperando una señal para unir mis labios. Su expresión dubitativa me desgarrada por dentro, y su negación silenciosa hizo que cerrara los párpados con fuerza, anhelando algo que jamás ocurriría.
Estaba hecho de una dureza hiriente; incluso su áspera sonrisa se clavaba como mil agujas en el corazón.
Sus marcadas facciones y arrugas tempranas me recordaban constantemente el porvenir de aquella quimera.
Evitaba desarrollar cualquier tipo de sentimiento que lo vinculara con alguien, aun rezando cada noche por dormir acompañado.
Recordé aquella tarde en la que se afanó por desaparecer y se sumió en una embriaguez inducida por químicos y alcohol. Semiinconsciente en el suelo, balbuceaba una y otra vez que me alejase cerca. Mis labios maldijeron con media sonrisa su pensamiento ilógico tan sumamente razonado. Abracé su torso deseando que no llegase la madrugada, besé sus sienes mientras susurraba canciones en su oído, derramé lágrimas que caían sobre sus entreabiertos labios. Nunca le hablé de los suspiros que se escapaban de su garganta cuando rozaba su piel ni de su clara mirada clavada en mis ojos cuando se despertó.
Volví en mí con el rechazo aun latente y rodeé la camilla sin ver nada más que la parpadeante luz que indicaba la salida.
Su mano se enredó con la mía y en cuestión de segundos mi cuerpo yacía sobre la pétrea superficie de metal con sus brazos ejerciendo presión sobre los míos.
Me miraba con ira contenida, resignado. Sus ojos adquirieron la tonalidad del hielo mientras respiraba entrecortadamente.
"Me estás matando", pensé.
—No habrá un final.
Sus palabras provocaron una laceración en mis tripas.
—Para eso tendría que haber un principio, doctor.
Mi voz sonó firme al hablar y pude notar con satisfacción como su pulso se aceleraba y chasqueaba la lengua con irritación.
—¿Qué voy a hacer contigo?
—¿Y qué vas a hacer sin mi?
Aun estando en esa tesitura, apresada entre sus brazos, fui capaz de mantener el contacto visual con mi mirada desafiante.
En ese momento acercó sus labios y los presionó contra mi frente. Estaba sonriendo.
—¿Dónde te duele?
Su voz grave se enquistó en mi cerebro.
—Creo que dolerá más adelante.
Mordí mis labios inconscientemente al responder, con las lágrimas a punto de asomar.
Unió su boca a la mia con dureza, y mi corazón dejó de latir para siempre.