extrañamente en paz conmigo misma. Y eso no es algo fácil de
conseguir.
Mientras estaba agazapada entre la encimera del microondas y
el señor frigorífico (lo de señor es por los quinquenios que tiene),
notando como se me montaba el músculo del pie, me he visto
transportada a mi tierna edad infantil. Mi abuela me buscaba por
todo el piso, poniendo voces graciosas. Yo reía en voz bajita,
emocionada, esperando a que diera con mi escondite favorito.
Mi abuela ya no va a volver a buscarme, ni a jugar conmigo como
solía hacer. Pero sé que se acuerda de todo aquello. Con eso
me basta.
Cuando me han encontrado mi hermano y mi primo, tenía una
sonrisa dibujada en la cara, que se iba ensanchando más conforme
observaba el fregadero. Adoro ese piso. Ha sido más que eso.
Me he sentido orgullosa de no haber perdido esa chispa infantil;
esos nervios que se forman en las tripas cuando juegas al escondite.
Ahora, soy la persona más nostálgica del mundo. He descubierto
que soy feliz únicamente cuando me encuentro enfrascada en este
estado. Me bastarían mis buenos recuerdos para anclarme en el
pasado y pasarme el día tumbada en una cama blandita, sintiendo
como la suave luz del atardecer se filtra entre mis párpados.
Días como este, pocos. Que alguien me zarandee cuando me de otra
pájara incurable, y me hable de un mundo mejor, donde siempre es
sábado e invierno, y camine entre calles plagadas de hojas secas,
solamente con la compañía de mi mp3 y de la joven voz de Barrett,
jugueteando con mis sentidos.
(Ty a los dos seres pequeños y traviesos con los que he lidiado y a M.W.W.)