Despertó rodeado de alcohol, bragas y tabaco. Un fuerte olor a sudor impregnaba la habitación, de modo que volvió a cerrar los ojos y se dejó caer de nuevo en el colchón.
-Arnie...-susurró una melosa voz a su lado.
Su corazón se aceleró y cayó al suelo de la impresión. Apenas se acordaba de que no había dormido solo.
-¡Joder, joder!-farfulló, echándose las manos a la cabeza-¿Qué demonios ha pasado aquí?
Ella rió suavemente. No alcanzaba la mayoría de edad, y sin embargo su figura era la de una mujer adulta.
-Nada de lo que tengas que arrepentirte-musitó ella con su dulce boquita, cogiendo su mano y besándola mientras le miraba a los ojos con picardía.
Se deshizo rápido de aquel contacto y la sujetó de los hombros con fuerza.
-¡Déjate de gilipolleces y dime que ha pasado!
Ella se zafó de sus brazos y le arañó la cara con saña.
-¡Estate quieta y compórtate como una persona razonable!
-No puedo decir lo mismo de ti...-susurró, dolida-No ha pasado nada. Sólo dormí a tu lado. No quería volver a casa.
Él volvió a repasar su cuerpo y desvió la vista, azorado. Ella únicamente llevaba una larga camisa blanca tras la que se adivinaban unos grandes pechos. Era una niña grande.
-¿Emily?-preguntó, recordando su nombre.
Sus grandes ojos azules sonrieron mientras asentía con la cabeza. Se colocó a su lado y lo abrazó con fuerza.
-Arnie...-gimió ella, mordiéndole el lóbulo de la oreja, mientras se enroscaba alrededor de su torso.
-Arnold-le corrigió- Y haz el favor de parar...-le ordenó él, creyendo que no aguantaría mucho tiempo más- Sería horrible hacerte esto.
-¿Qué problema hay?-insistió ella, mordiéndose los labios- Tú me gustas y yo te gusto, ¿no?
-Bueno, no es así de sencillo...Tú eres menor de edad y yo tengo casi 30 años. ¿Quieres verme en la cárcel?
Emily frunció los labios y se dio la vuelta en el colchón, cubriéndose con la sábana. Se la escuchaba maldecir por lo bajo y resoplar de indignación.
-Dime dónde vives y te acompaño-se ofreció Arnold, empujándola fuera de su cama.
-¡No te molestes! No soy una maldita cría-refunfuñó ella y se levantó con furia, dispuesta a vestirse y a marcharse de allí rápidamente.
Arnold sintió la necesidad urgente de saber su edad pero supo que ella nunca le diría la verdad. Se dispuso a observarla mientras se calzaba las botas y se deshacía de la camisa para ponerse su remendado vestido negro. Su largo cabello color miel ondeaba alrededor suya con cada movimiento. No tenía reparo alguno en que él la viera cambiarse. Ni siquiera era consciente de que él bebía de su imagen, de que recorría cada centímetro de su cuerpo con la mirada. De que la lujuria lo consumía.
-Siento haberte cabreado. No volveré a molestar-dijo ella, arrastrando las palabras. Se colocó un cigarrillo entre los labios y sonrío amargamente.
Sin darse cuenta de lo que hacía, él le sonrío bobamente y la acompañó a la puerta.
Antes de irse, Emily depositó un suave beso en su rostro, y Arnold cerró los ojos, disfrutando de la dulce fragancia que emanaba de ella. Cuando los abrió, la joven tenía la mirada perdida y le colocó en las manos un arrugado papelito: su dirección.
Y así se fue de su vida, dejándolo perdido en un mar de sensaciones.