Mascullaba una y otra vez dentro de su prisión.
Escupía improperios que únicamente ella podía escuchar.
A veces un pálido rayo de sol bañaba su rostro.
En ocasiones parecía entrever en aquella inamovible oscuridad un serpenteo de finos cabellos blancos como la nieve. Sólo en esos momentos levantaba la vista del suelo y agradecía la calidez de ese recuerdo.
No quedaba apenas luz en ese mundo lóbrego.
Dolía respirar. Los huesos se quebraban.
Dolía existir.
Dolía estar atada al pasado.
Tenía constancia del paso del tiempo por las sutiles fragancias que se adentraban en la estancia; al amanecer olía a frío, a madera quemada. Conforme iba decayendo el sol, en el exterior resonaba el bullicio propio de la naturaleza:pisadas inquietas,el crujir de las ramas,el discurrir del río...
En su perpetua oscuridad creía escuchar el aullido de hastío de un lobo, su rabia contenida al no encontrar más que carcasas peladas. Y sentía el pesado cuerpo del animal caer desgarbado junto a ella.
Una y otra vez se repetían visiones oníricas nacidas del recuerdo. El dulce tintineo de un cascabel regresaba a sus oídos, la suave nota prolongada de su voz, el latir acompasado del corazón.
Seguía gimiendo de soledad en aquella prisión;una prisión que ella misma había ido construyendo, año tras año, y de la que juró no volver a salir nunca más.
Una y otra vez se repetían visiones oníricas nacidas del recuerdo. El dulce tintineo de un cascabel regresaba a sus oídos, la suave nota prolongada de su voz, el latir acompasado del corazón.
Seguía gimiendo de soledad en aquella prisión;una prisión que ella misma había ido construyendo, año tras año, y de la que juró no volver a salir nunca más.
