domingo, 7 de agosto de 2016

Don't Look Back In Anger

Ser un dios del caos significaba cargar constantemente con remordimientos y dolor. Eso lo sabía muy bien. A veces no quedaba más remedio que resignarse y vagar de un sitio a otro, cumpliendo la condena de toda una vida plagada de sangre inocente. Vidas segadas sin ningún tipo de miramiento; al fin y al cabo, ese era su cometido en el mundo mortal. La tranquilidad y la vida mundana eran algo ajeno a su persona, si bien conservaba algunos recuerdos vagos de un tiempo mejor; una infancia feliz y apartada de situaciones cruentas.
Hacía años que había aprendido donde estaba su lugar. Y sin embargo, seguía sin poder evitar mirar a los humanos con cierta envidia. Aquellos seres tan sumamente destructivos eran incapaces de valorar los atributos que poseían: tenían una larga vida por delante, libres de elegir un camino que recorrer; libres de poder amar.
"Lo que no saben es lo cerca que están de la muerte a veces...", pensó para si mismo, mientras se deslizaba hacia el interior de un viejo santuario a las afueras de la ciudad.
Olfateó el ambiente de aquel lugar y saltó hacia atrás en cuanto percibió que no estaba solo.
-Eres como un gatito asustado-se burló una suave voz.
-Incluso los gatos huelen mejor que tú-replicó él con una media sonrisa.
Alguien apareció de entre las sombras del lugar arrastrando una enorme espada.
La mujer y él cruzaron sus miradas durante un breve instante.
Sus profundos ojos violetas taladraron al joven, analizándolo de arriba hacia abajo.
-Ya veo que lo de cambiarte de ropa no va contigo-le dijo con desprecio, refiriéndose al chándal raído con el que éste vestía.
El joven dejó escapar una risita socarrona.
-Y me lo dice la que apenas lleva ropa-comentó, haciendo que ella se sonrojara y se cubriera con la larga capa de viaje.
-Yaboku-llamó ella.
Él abrió mucho sus grandes ojos aguamarina ante aquella revelación. En menos de un segundo, se encontraba en frente de aquella molesta y altanera diosa.
-No vuelvas a llamarme por ese nombre-le respondió, sin mover apenas los labios y con una seriedad impropia de él- No sé como me has encontrado Bishamonten, pero ya puedes irte por donde has venido.
Ella no pareció alterada ni lo más mínimo por el cambio de actitud del joven. Sus fieros ojos seguían atravesándolo sin apenas parpadear.
-Te están buscando desde los cielos. Ya no eres un dios anónimo que pueda pasar desapercibido ante los ojos del Consejo Divino. No van a descansar hasta dar contigo-suspiró un tanto cansada y lo sujetó por el cuello de la sudadera-Estoy haciendo todo lo que puedo para mantenerlos lejos de ti, pero sólo te puedo proporcionar el tiempo suficiente para que desaparezcas.
Él la miró ahora con cautela.
-No voy a irme...-susurró, separándose de Bishamonten.
-¿Cómo dices?-preguntó ella un tanto sorprendida por esa respuesta.
-¡No voy a irme a ninguna parte!-sentenció con furia el dios de la calamidad, apretando los puños y
 dándole la espalda.
-No sé si eres consciente de la situación en la que estás-masculló ella molesta-Me estoy jugando el cuello por ti, muy a mi pesar.
-Eso ya lo sé. Y te estoy agradecido. Pero no puedo irme. Yo...- no parecía encontrar las palabras adecuadas para expresar como se sentía. Sus hombros comenzaron a convulsionarse.
Bishamonten colocó una mano sobre su cabeza. Lo había comprendido todo sin necesidad de explicaciones. A veces, aquel irritante e infantil dios era como un libro abierto.
-Yatogami-susurró, recordando que hasta hacía poco tiempo había odiado ese nombre- Ella estará bien. Incluso ese shinki insolente que tienes sabe cuidar de si mismo. Les harás un favor alejándote de ellos.
Yato se dio la vuelta, y por primera vez Bishamonten pudo ver un atisbo de tristeza y ternura en esos ojos escalofriantes que lo caracterizaban. Afirmó con suavidad y susurró un gracias apenas perceptible, mientras se alejaba del santuario, ahora sumido en una oscuridad total.
Pocos minutos después, Bishamonten salía también de aquel lugar, llevando en la mano una pequeña moneda que el muchacho había dejado atrás.
-Hay cosas que nunca cambian-sonrió.



Let it be

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