Henchido de nostalgia retenía el pecho la felicidad contenida en un escuálido cuerpo. El ojo guardaba el espectro rosado del cielo. A pesar de suponer ser una quimera, pareció entrever un cometa aproximándose justo encima del crepúsculo. Cómo en aquel sueño enfermizo que se repetía cada primavera; una mano amiga sujetando unos hombros convulsionados en llanto de saberse fracasados otra vez, mientras en el cielo cruza un fulgor llameante. Al principio, las lágrimas cubren la escena, mientras el consuelo de la normalidad se abre paso por la sangre. Una pequeña dosis más y estará ausente durante otros veintiséis inviernos.
En el molde de la conformidad, viendo pasar los vertiginosos años sin más que unos cuantos suspiros de retención. Deseará que el rosado atardecer la ciegue para al fin cesar la elucubración de la vida.
