El espeso líquido se deslizaba por mi piel, haciendo que me estremeciera cada vez que tratabas de detener su paso.
Mantenías la mordedura un largo tiempo a expensas de la advertencias proferidas.
Tenías la mirada del hambre y el febril brillo característico del clima estival.
La dulzura se tornaba necesidad acuciante de traspasar la frontera de lo prohibido.
Reuní fuerzas para negarlo una y otra vez.
Nunca estábamos en el mismo punto.
Quizás no quisiera estarlo jamás.
Pero siempre reinaba la cercanía y la curiosidad.
No sabía ver el límite. Tenía la certeza de que difícilmente podría distinguirlo alguna vez.
Una taquicardía sería suficiente para clausurar lo que nunca ocurriría.