jueves, 22 de junio de 2023

On the Ledge

 

We used to say that come the day...

Lo vi respirar entrecortadamente, apoyando las manos sobre sus nudosas rodillas. Cada bocanada de aire que tomaba me hacía desearle más; quería ser la que le insuflase oxígeno a esos labios cortados por el frío invernal, y colorear aun más esas tibias mejillas.

Me dirigió una taimada sonrisa estimulante a través de los rizos que caían en cascada por su frente. Se pasó una mano por la cabeza, intentando peinar lo indomable, y susurró algo como para sí mismo.

En ese momento, en mis oídos retumbaba el sonido de mi propia sangre palpitando a través de todo. Las venas contenían todo aquel fulgor hormonal que me producía una simple mirada suya.

Pero pronto descubrí que aquella sonrisa podía ensancharse más y que aquellos labios ya se habían sellado con promesas ajenas.

Él no me pertenecía. Ni sus sentimientos.

Durante el camino, eran otras manos las que lo animaban a continuar, y otros tímidos besos los que surcaban a escondidas sus mejillas y cuello.

Qué ingenua fui.

Me sostenía a veces la mano indicándome el camino, pero solamente estaba en mi cabeza.

Una tarde los vi agapazados bajo la puerta del jardín. Sus labios estaban unidos y se mantenían la mirada a ratos, cómo quién contempla algo indescriptible, idílico.

Me retorcía de sufrimiento cada vez que escuchaba sus susurros lejanos y esa felicidad que podría haber sido solo para mí.

"¿Qué te pasa"?

Sus preguntas comenzaban a asediarme.

"Tan solo creía que te mantendrías cerca a mi lado, quizás para siempre. Si te he imaginado ha sido únicamente conmigo, a pesar de todo".

"Un sueño no se deja abrazar. Mantenme como hasta ahora. Puedo ser lo que quieras que sea si así lo quieres. Tu mente está llena de posibilidades ".

Le sonreí con amargura.

"Mi mente no se deja engañar. Has revelado tu identidad. Estás al final del camino y no hay vuelta atrás para mí."

Me tomó de la mano y la besó largamente, cerrando los párpados en un gesto tierno.

"Nunca lo llegaremos a saber".

"Oh sí, yo sí lo sé", resoplé, "Nunca nos hubiéramos llegado a conocer".

"¿Quieres saber...?", sonrió de lado.

"No".

Me fui de allí sin mirar atrás, notando como su mirada avellana me quemaba la nuca.

No quería saber a quién amaba; ni quería saber desde cuándo; ni siquiera quería imaginarme qué melodía retumbaría en sus corazones al amarse tan profundamente.

Las emociones primitivas tomaban el control de mi cuerpo y envenenaban mi corazón.

Años amando sin saber. Años perdidos.



lunes, 27 de febrero de 2023

De vuelta a casa

Capítulo 2: El visitante

I haven't seen my mother in a long, long time 
















No recordaba cuál había sido la última vez que había comido algo sólido.
Iba literalmente arrastrando su liviano cuerpo por la tierra que le proporcionaba algo de frescor contra aquellas altas temperaturas que asolaban la región.
Era la mejor hora para descansar un rato, cuando aún no había asomado el sol y una suave brisa proporcionaba a sus doloridas extremidades un agradable respiro.
Podía olisquear el rocío de la mañana, el olor que traían consigo los campos, y mientras tanto se estiraba cuan largo era, y permanecía dormitando durante unas cuantas horas antes de reanudar su camino.

Sin embargo, aquel día sabía que no aguantaría mucho más si seguía de esa forma; sin apenas comer, descansar. Moriría quizás en un par de días más.

Observó por encima de él como un par de aves de caza inspeccionaban el terreno buscando algo que llevarse a la boca. Y él no iba a ser ese algo.

Ignorando la sensación de cansancio y dolor, siguió avanzando de nuevo, adelantando a un enorme sauce rebosante de fauna animal.

Escuchó murmullos y gorgoteos muy cerca de él. Todo el campo parecía despertar ahora y continuó de forma sigilosa, evitando ser visto. No era un animal muy estimado entre el resto de especies, ni siquiera entre la suya propia.

Mientras descansaba mínimamente bajo un arbusto atestado de pinchos (muy seguro si sabías evitarlos) escuchó una conversación un tanto trivial:

—Este clima no parece normal.

—Tonterías, Fergus. Todos los años dices lo mismo. No eres más que un mapache viejo.

—¿Y qué me dices de los visitantes? Son una plaga...

Rió desde su arbusto, sin sentirse ofendido por la palabra que había empleado el tal Fergus. 
Ojeó por entre las espinas y pudo ver como un mapache con el pelaje estropeado  y una gran barriga caminaba al lado de un lozano puercoespín. Ambos iban olfateando el suelo en busca de comida.

—¡Una mora!—festejó el viejo—¡Ves cómo había algo por aquí, Ark!—se deleitó comiéndola con avidez. Aunque pronto su rostro adquirió un rictus amargo.

—¿Fergus?

El mapache se sentó sobre sus cuartos traseros y dirigió la vista al coloreado cielo rosado.

—¿Sabes? Nunca creí que le daría la razón a ese estúpido pájaro, pero hace años que se han ido cumpliendo todas las cosas que vaticinó...

Desde su escondite, el visitante levantó las orejas con renovado interés.

El puercoespín arrugó la nariz.

—Fergus,¿de qué demonios...?

Un aullido lejano interrumpió la conversación y tanto el mapache como el puercoespín se miraron alarmados, considerando que debían darse prisa en su quehacer si no querían convertirse en comida para los perros salvajes del lugar. Sin mediar palabra, salieron de allí a trote ligero, sin reparar en la mirada granate que había escuchado aquella extraña confesión.

"¿A qué estúpido pájaro se habría referido ese mapache?¿Quizás a la leyenda de Corvus Corax?"
"¿Seguiría entonces por allí aquella misteriosa ave?"

Todas esas divagaciones hacían que le doliese la cabeza, por lo que sacudió sus orejas y salió de allí, rezando por encontrar una deliciosa mora que llevarse a la boca.

Al anochecer ya había recorrido más de lo que habría llegado a pensar, por lo que decidió buscar un sitio donde guarecerse. Llegó a lo que parecía ser un pequeño enclave. Los había aprendido a reconocer por las pequeñas piedras que rodeaban una extensión de tierra concreta. No llamaban demasiado la atención a simple vista, pero los viajeros podían avistarlas y buscar asilo temporal para descansar.

Él ya sabía que no sería bien recibido allí, por lo que fue rodeando las piedras y cuando creyó que hubo dejado atrás la zona, se dejó caer bajo el abrigo de una roca, exhausto.
Cuando se dió cuenta de que la tierra se hundía bajo él, ya era demasiado tarde.

Fue a parar con todos sus huesos en lo que parecía una madriguera, sin evitar poder chillar cuando algo punzante le perforó la cola.

Tosió escandalosamente ante el polvo que había ocasionado el derrumbamiento e intentó ubicarse a pesar de la poca luz que arrojaba el lugar.

Se levantó lentamente, con los cinco sentidos puestos en cualquier indicio de vida que hubiera en aquel agujero: una gran vela casi consumida iluminaba el habitáculo conformado por una pequeña butaca, lo que parecía una despensa sobre la que reposaban un par de nueces, y montones de pequeños pergaminos desperdigados sobre el suelo.

Definitivamente, allí vivía alguien.

Un chirrido de alerta se coló en sus oídos, y visualizó a un pequeño ratón albino aparecer desde la oscuridad de una esquina. Sus ojos, tremendamente rojos, se encontraban abiertos de par en par, temerosos.

-Una rata.

Él sabía que probablemente parecía amenazador, pues triplicaba el tamaño de aquel roedor.

-Oye amigo, no voy a...

-Estás sangrando.

El ratón sujetaba con ambas manos lo que parecía ser un alfiler bastante intimidante, sin apartar la vista en ningún momento de las largas uñas de aquel inesperado visitante.

La susodicha rata reparó en su cola, desde donde sobresalía una astilla que provocaba que bastante sangre comenzara a impregnar el suelo.

-He estado peor...-vaciló, apretando los dientes- De cualquier forma, caí por error en tu casa. No pretendía atacarte-suspiró cuando vio que el ratón no bajaba la guardia.

-No me fio de las ratas-confesó simplemente- Creo que una me mordió cuando era pequeño- su estado  defensivo se convirtió momentáneamente en duda, y se llevó las manos al rostro, confundido.

La rata se fijó entonces (lo poco que le permitía la iluminación) en lo demacrado que parecía aquel roedor y en el brillo febril de su mirada.
No era una gran amenaza para él, ni siquiera estando herido, pero le inspiró lástima, sin saber porqué.

-Me marcharé-decidió, ignorando el dolor agudo que le ocasionaba la herida abierta y el cansancio extremo acumulado- siento si...

Una sensación familiar le recorrió el cuerpo, dejándole sin respiración y sin fuerzas para realizar ninguna otra cosa.
El corazón comenzó a palpitarle rápidamente y su campo de visión se fue tiñendo de negro.
Lo último que pudo ver antes de desvanecerse fueron esos extraños ojos fulgurantes preñados de desconcierto.



-No quiero jugar más a este juego.

La pequeña y enclenque rata se mantenía aferrada al cuerpo de su madre, quien le hacía cosquillas con su reseco hocico.

-Ya queda poco, pequeño-le repetía una y otra vez-¿Ves eso?- señalaba con su pata lastimada el único rayo de luz que penetraba bajo la puerta- Pronto estaremos fuera, brincando por los extensos campos de maíz- hacía un gesto de satisfacción con el rostro-¡Casi puedo olerlo!.

El pequeño reía ante las ocurrencias de su madre. Él no sabía que era aquello del maíz, pero por la forma en que su madre hablaba de él, tenía que ser algo delicioso.

Pero pronto las risas y ensoñaciones se disipaban y volvía aquel ser espeluznante a penetrar en la habitación y a abrir la jaula con un gran estruendo.

-Se fuerte, Nírvel-le susurraba ella cuando lo agarraban sin contemplaciones para llevárselo a aquel terrorífico cuarto lleno de artilugios punzantes para inocularle una vez más aquel líquido dañino que le abrasaba el cuerpo.

Aquella fue la última vez que la vio con vida.



Lo despertó un suave y continuo golpeteo. Se respiraba un apacible olor a lluvia que lo hacía amodorrarse aun más bajo la suave tela por la que estaba cubierto. Hacía muchísimo tiempo que no sentía esa paz y esa seguridad tan propias de la infancia, cosa que él había podido experimentar escasamente.
Los recuerdos iban llegando poco a poco a su mente aletargada. El último de ellos le mostró un objeto muy afilado y mucha sangre cubriendo su espeso pelaje.

"¿Estaré muerto?", pensaba poco convencido.

Descubrió, un poco turbado, que una pequeña parte de él deseaba que así fuera.

Siguió ensimismado en sus pensamientos durante un buen rato, hasta que escuchó cómo alguien se internaba a tientas en la pequeña habitación excavada en tierra, y movió sus orejas con curiosidad.

Abrió uno de sus pegados ojos y observó a una pequeña bola despeluchada descolgarse desde el techo hasta el suelo. Portaba un pequeño bulto a sus espaldas.

Recordando de pronto al ratón y todo lo acontecido recientemente, se desperezó rápidamente, incorporándose quizá más ligero de lo que su cuerpo podía soportar.

Volvió a sufrir un pequeño dolor en la cola, dándose cuenta de que la herida se encontraba ahora vendada. No pudo evitar sorprenderse de que alguien hubiera tenido el valor de curarlo.

-Gracias-murmuró casi para sí mismo.

El aludido lo miró detenidamente y se acercó a él un tanto vacilante, haciendo mover su cola de un lado a otro. Le tendió lo que transportaba sobre su espalda.

-Come-le aconsejó- nunca había visto a una rata tan raquítica.

Éste dejó escapar una risa socarrona, mientras se deleitaba internamente al coger varios frutos con los que el ratón le agasajaba.

-¿Ni siquiera la que te mordió?-preguntó con la boca llena de jugo de mora.

Él pareció meditar la pregunta, rascándose la cabeza.

-No-respondió con certeza, quitándose la pequeña capa húmeda que denotaba que afuera hacía un temporal de mil demonios- aunque era extraña; muy blanca y con los ojos claros.

-¿Ojos claros?-incidió el visitante, visiblemente interesado- Nunca he visto a una rata así.

Él se encogió de hombros, sin añadir nada más sobre ese tema.

-Estabas moribunda, rata. Has dormido más de dos días.

Silencio.

-¿Cómo has llegado a este punto?

El blanquecino ratón comenzó a colocar hojarasca sobre un pequeño hueco en la pared de tierra, prensándola con las manos. La rata imaginó que sería una pequeña chimenea. 
Qué extraño tiempo. En menos de un día había bajado la temperatura notoriamente...

"-...nunca creí que le daría la razón a ese estúpido pájaro..."

La frase del viejo mapache volvió a su mente como un molesto mosquito.

Suspiró exasperado.

-Necesitaba encontrar a alguien-confesó, atacando una nuez.

Nada más prender el fuego, el ratón se sentó sobre una polvorienta alfombra. 

-¿Y lo has hecho?

La rata se quedó prendada del baile hipnótico que eran las llamas reflejadas en las pupilas de éste.
¿Había conocido alguna vez a un ratón blanco de ojos escarlata? Probablemente no. El blanco no era un color muy común que predominara en el pelaje de animales salvajes.

-No-masticó con fruición el fruto seco- Aun no.

De nuevo un intenso silencio.

-No se nos da muy bien hablar, ¿eh?- la rata emitió una suave risa.

El ratón pareció mirarle con detenimiento, dándole vueltas a algo.

-No recuerdo la última vez que tuve una conversación con alguien-respondió, frotándose las manos- quizás hace más de 5 años. Puede que haya perdido la costumbre.

-Tienes una aldea prácticamente al lado- se asombró la rata, indicándole con la uña.

Una sombra de dolor cubrió el redondo rostro albino del ratón.

-Las cosas cambian, rata.

-Y qué lo digas, ratón.

-¿Tienes nombre?

-La verdad es que tenía uno, sí. Pero no lo recuerdo. Ahora simplemente si se dirige alguien a mi, lo hace con el nombre de Rata o Rit.

-Rit-sonaba bien en las cuerdas vocales del ratón- mi nombre es Druniad. Pero siempre me han llamado Druni, incluso...


"Dru".

Aquel recuerdo seguía escociendo.

-Quizás me puedas ayudar pues, Druni- sugirió Rit, colocándose cerca del fuego, procurando no arrastrar demasiado su dolorida cola- Si siempre has vivido aquí, habrás escuchado hablar de un ave legendaria llamada Corvus Corax que...

-No-gruñó Druni casi de inmediato, poniéndose en pie- No sé nada de eso- sus ojos parecían dos brasas salidas del mismísimo infierno.

Rit volvió a intentarlo, un poco asombrado ante la ferocidad incipiente del ratón.

-¿Seguro? Dicen que era un gran vidente que había viajado y visto todo lo inimaginable. Ayudó a muchos animales con su sabiduría durante el tiempo que vivió aquí y...

Druni lo interrumpió con una estridente carcajada un tanto histérica.

-¿Qué ella había viajado?- escupió, secándose las lágrimas-¿Qué había ayudado a quién?

Un pesado silencio tomó presencia en la madriguera haciendo que la temperatura descendiera alarmantemente. Las llamas amenazaban con apagarse, oscilando de un lado a otro.

¿Por dónde había entrado esa repentina ráfaga de viento?

-Nunca ayudó a nadie salvo a sí misma-la voz de Druni había tomado un matiz impersonal-No puedo ayudarte, forastero. Nadie puede hacerlo. Ella no volverá aquí nunca, pues una maldición cubre estos campos, manteniéndola alejada.

Rit se dio cuenta de que había dejado de respirar durante unos instantes, preso de aquel ambiente lúgubre y místico que parecía envolverlos.

-¿Un-una maldición?-titubeó, mirando sus manos teñidas del rubor rojizo de la mora-¿Quién haría algo así?

Druni le dedicó una triste sonrisa.

-Yo.

El fuego se extinguió.

Let it be

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