miércoles, 28 de octubre de 2015

Little By Little II

Y en aquella habitación las noches eran eternas, las horas monótonas, y el deseo estaba a flor de piel. Pasaban horas antes de que Arnold pudiera conciliar el sueño, y únicamente lo hacía cuando apaciguaba su ansia sexual. Sonreía recordando a su nínfula, y recorría una y mil veces su piel imaginada. Y sin embargo, era incapaz de soñarla desnuda y expuesta a él. Era una especie de censura que su mente creaba.
-¿No te gusto?-le ronroneaba ella en ocasiones, y ya no había forma de controlar a la bestia. Y justo en el momento en el que iba a desnudarla, se despertaba empapado en sudor y un áspero gruñido salía de su garganta. Todo se había acabado.

El sol de la mañana bañaba las abandonadas calles del barrio, descubriendo pequeñas partículas de polvo suspendidas en el ambiente. "Es algo ridículo que algo tan asqueroso tenga esa belleza", se decía Arnold mientras caminaba a trompicones cuesta arriba. Fumaba sin parar desde hacía dos horas, lo que complicaba el avance, ya que se tenía que parar a tomar aire cada dos por tres.
En lo alto del mirador lo esperaba una desgarbada figura, con una guitarra colgada de la espalda.
Cuando al fin pudo visualizarlo mejor, carraspeó con incomodidad y arrojó lejos su consumido cigarrillo. Aquella era quizás la última persona con la que desearía hablar. Era un muchacho molesto y muy reservado, y en las pocas ocasiones en las que habían coincidido, este se había mostrado muy hosco y arrogante. Pero también era un buen guitarrista, y no podía desaprovechar esa oportunidad.
-¿Qué hay, Eugene?-saludó con una sonrisa forzada en cuanto se situó junto al muchacho.
El tal Eugene permaneció en silencio, repasando con la mirada a Arnold. No se dignó a responder hasta que hubieron transcurrido unos segundos.
-No hay nada, Ar-respondió con una voz grave. El tío tenía un tono de voz extremadamente sexy. Y encima lo había llamado "Ar". Pensó que si repetía su nombre de nuevo se iría a la cama con él en aquel mismo instante. Pero, afortunadamente, no lo hizo.
-Mira, dejemos las cosas claras-decidió decir Arnold- Tu no me inspiras mucha confianza y está claro que yo tampoco soy santo de tu devoción, así que vamos a intentar facilitarnos la vida.
La seriedad del rostro de Eugene desapareció de repente, siendo sustituida por una expresión dura.
-Bien- dijo, mordiéndose el labio inferior-Enséñame el lugar donde ensayáis.
Mientras caminaban por una amplia plaza, Eugene le mostró una sonrisa torva a su acompañante.
-Tienes muchos callos en las manos-se fijó.
-Bueno, soy bateria. Creo que está claro-le respondió sin apenas mirarlo.
-No me refería a eso, Ar-continuó el joven, con un tono jocoso.
Arnold enrojeció hasta la médula.
-Bueno, pues no sé que quieres decir entonces-le espetó.
Eugene no respondió al momento.
-Sí lo sabes. Pero no te preocupes. Estamos todos igual-murmuró, cabizbajo.
Arnold rió ante esa confesión.
-¿Bromeas? Tú eres un tío atractivo. No sé que clase de problema podrías tener para conseguir llevarte a una a la cama.
Por primera vez, el joven le dedicó una media sonrisa sincera.
-El problema va mucho más allá de eso. El problema soy yo, que no quiero a ninguna chica.
"Pues vaya tío más exigente", pensó para sí mismo Arnold. Siguieron caminando hasta alcanzar las afueras del pueblo. El río discurría con suavidad, bañando raíces y huertas, hasta desembocar en un pequeño lago. Y a las orillas de este, un viejo granero parecía desafiar a las duras estaciones, manteniéndose en pie.
Arnold suspiró, complacido.
-Este es nuestro hogar-susurró con mal disimulado orgullo.
Su acompañante no hizo ningún comentario. Simplemente continuó andando detrás de él, con curiosidad.
La puerta se encontraba entreabierta. Dentro, un muchacho rasgaba con precisión una guitarra, mientras entonaba un par de frases:

No vengas al mundo si vas a estar así, derrotado.
La mente es tu peor enemigo.

El sonido era fresco, fabuloso. Su voz era una amalgama de sentimientos: dulzura, nostalgia, alegría y tristeza. 
Arnold sintió una fuerte punzada de dolor en el pecho y sonrió con pesar. Junto a él, Eugene permaneció inmóvil, apenas sin respirar, temeroso de romper la magia del ambiente. Y cuando el joven terminó la canción, éste no tuvo más remedio que aplaudir sonoramente. No era algo que soliera hacer, pero la ocasión lo merecía.
- Dave-saludó Arnold- Él es Eugene, el guitarrista del que te hablé.
Ambos se observaron durante un instante, y cabecearon sonriendo.
-Toca para mí-lo invitó Dave- A ver qué tal se te da.
Eugene desenfundó su guitarra acústica y sin esperar otra invitación, comenzó a puntear una melodía cualquiera. Y Dave se unió segundos después, cantando de forma improvisada.

No sabes lo que es vivir en el infierno.
Pero yo vivo cerca de allí desde hace tiempo.
Ve y olvídate de todo, yo seguiré jugando con fuego.
Es mi decisión.

Y Arnold no pudo evitar recordar a Julia. Su bella Julia. La imparable Julia de Dave. Y supo en ese momento que aquella melodía la alcanzaría allá donde estuviese.

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viernes, 23 de octubre de 2015

Little By Little

Despertó rodeado de alcohol, bragas y tabaco. Un fuerte olor a sudor impregnaba la habitación, de modo que volvió a cerrar los ojos y se dejó caer de nuevo en el colchón.
-Arnie...-susurró una melosa voz a su lado.
Su corazón se aceleró y cayó al suelo de la impresión. Apenas se acordaba de que no había dormido solo.
-¡Joder, joder!-farfulló, echándose las manos a la cabeza-¿Qué demonios ha pasado aquí?
Ella rió suavemente. No alcanzaba la mayoría de edad, y sin embargo su figura era la de una mujer adulta.
-Nada de lo que tengas que arrepentirte-musitó ella con su dulce boquita, cogiendo su mano y besándola mientras le miraba a los ojos con picardía. 
Se deshizo rápido de aquel contacto y la sujetó de los hombros con fuerza.
-¡Déjate de gilipolleces y dime que ha pasado!
Ella se zafó de sus brazos y le arañó la cara con saña.
-¡Estate quieta y compórtate como una persona razonable!
-No puedo decir lo mismo de ti...-susurró, dolida-No ha pasado nada. Sólo dormí a tu lado. No quería volver a casa.
Él volvió a repasar su cuerpo y desvió la vista, azorado. Ella únicamente llevaba una larga camisa blanca tras la que se adivinaban unos grandes pechos. Era una niña grande.
-¿Emily?-preguntó, recordando su nombre.
Sus grandes ojos azules sonrieron mientras asentía con la cabeza. Se colocó a su lado y lo abrazó con fuerza. 
-Arnie...-gimió ella, mordiéndole el lóbulo de la oreja, mientras se enroscaba alrededor de su torso.
-Arnold-le corrigió- Y haz el favor de parar...-le ordenó él, creyendo que no aguantaría mucho tiempo más- Sería horrible hacerte esto.
-¿Qué problema hay?-insistió ella, mordiéndose los labios- Tú me gustas y yo te gusto, ¿no?
-Bueno, no es así de sencillo...Tú eres menor de edad y yo tengo casi 30 años. ¿Quieres verme en la cárcel?
Emily frunció los labios y se dio la vuelta en el colchón, cubriéndose con la sábana. Se la escuchaba maldecir por lo bajo y resoplar de indignación.
-Dime dónde vives y te acompaño-se ofreció Arnold, empujándola fuera de su cama.
-¡No te molestes! No soy una maldita cría-refunfuñó ella y se levantó con furia, dispuesta a vestirse y a marcharse de allí rápidamente.
Arnold sintió la necesidad urgente de saber su edad pero supo que ella nunca le diría la verdad. Se dispuso a observarla mientras se calzaba las botas y se deshacía de la camisa para ponerse su remendado vestido negro. Su largo cabello color miel ondeaba alrededor suya con cada movimiento. No tenía reparo alguno en que él la viera cambiarse. Ni siquiera era consciente de que él bebía de su imagen, de que recorría cada centímetro de su cuerpo con la mirada. De que la lujuria lo consumía.
-Siento haberte cabreado. No volveré a molestar-dijo ella, arrastrando las palabras. Se colocó un cigarrillo entre los labios y sonrío amargamente.
Sin darse cuenta de lo que hacía, él le sonrío bobamente y la acompañó a la puerta.
Antes de irse, Emily depositó un suave beso en su rostro, y Arnold cerró los ojos, disfrutando de la dulce fragancia que emanaba de ella. Cuando los abrió, la joven tenía la mirada perdida y le colocó en las manos un arrugado papelito: su dirección.
Y así se fue de su vida, dejándolo perdido en un mar de sensaciones.








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